Poco sabemos de la vida de
Juan de Mesa y Velasco. Por curioso que resulte no hay ninguna
información,
que pudiera haberse reflejado en el ardiente siglo XVII, que nos permita
hacernos una idea de como transcurrió su vida. No existe tampoco
(o al menos se desconoce) ningún cuadro o imagen del imaginero.
Juan de Mesa y Velasco nació en Córdoba
en el año 1583. Cuando contaba con veintitres años ingresó
en el taller de Martínez Montañés, en Sevilla, siendo
un discípulo leal y ordenado que inició sus estudios en humanidades
mientras olía a madera tallada. Quién sabe si su trabajo
de peón al lado de tan gran maestro y la superación al mismo
pudo influir en su posterior ocultamiento, posiblemente premeditado por
sus contemporáneos. Se casó con María Flores y se
instaló en la calle Pasaderas de la Europa, cerca de la Alameda
de Hércules. Sabemos además que perteneció a la hermandad
del Silencio, siendo miembro activo de su Junta de Gobierno de dicha
hermandad,
la cual albergaba entre sus hermanos a numerosos sevillanos ilustrea.
Como consecuencia, al parecer, de una tuberculosis falleció a la
temprana edad de cuarenta y cuatro años estando enterrado en la
Iglesia de San Martín de Sevilla.
Sus obras siempre le han sido atribuídas
a su maestro permaneciendo su nombre durante tres siglos oculto a la
historia,
no obstante, hoy día Juan de Mesa se considera el representante
más importante del realismo sevillano. Bermejo Carballo y Rodríguez
Jurado lo citaron inicialmente en sus escritos, despertando de ésta
forma, el ansia de conocimiento de algunos investigadores como José
Hernández Díaz, Celestino López Martínez, Antonio
Muro Orejón y Heliodoro Sánchez Corbacho, verdaderos propulsores
y responsables de que hoy conozcamos al imaginero cordobés. El trabajo
de Juan de Mesa parece que fue dedicado casi en exclusividad a las
imágenes
procesionales, realizando estudios anatómicos de los procesos
premortales
y observaciones de cadáveres que le permitieron plasmar en la madera
obras llenas de realismo. Realismo, éste, que instó a la
propagación del culto a Jesús por parte de una población
que veía "más cerca" los momentos pasionales de Jesús
y su sufrimiento, constituyendo un acrecentamiento de la devoción
entre el pueblo cristiano. Ese fue su éxito
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